A MI NIÑA
¿Cómo pueden diez años pasar en un segundo? ¿Cómo pueden diez años caber en un abrazo?
A MI NIÑA
¿Cómo pueden diez años pasar en un segundo? ¿Cómo pueden diez años caber en un abrazo?
PEQUEÑO CUENTO DE JUEVES SANTO
No era un Jueves Santo de esos
que te llaman temprano para ir a buscarlo encaminándote a saborearlo y vivirlo.
Era distinto; sin estridencias, sin prisas, sin pellizco.
Manuel, un vecino del barrio,
exiliado en los arrabales provinciales, porque de arrabales saben mucho los que
allí nacieron, se dispuso a ir a su casa como todos los años en este día, ya se
sabe que la casa de uno no es donde vive su cuerpo sino su corazón; no es donde
moras sino el decorado que acompaña a tus sueños nocturnos.
Al llegar al Arco, sintió una brisa
distinta en su rostro. Los colores de su infancia aparecían impregnados en cada
rincón. Recordó las tardes de juego en los jardines del hospital, el camino
diario a su escuela, los sonidos del tren las tardes de otoño, la radio
nocturna compartida con su hermano. Se acordó como convencía siempre a su
hermana pequeña para que le bajara a por tabaco, como su madre cantaba coplas
mientras cocinaba. Tiempos de escasez; tiempos felices. Andaba Manuel con sus recuerdos cuando sintió
su llamada y, ¿c
ómo resistirse ante ella?; no se puede. Se puso en la cola y lentamente,
que es como se acercan los enamorados para contemplarse, fue llegando al atrio
más hermoso del mundo, no por su arquitectura, sino por lo que anuncia.
Poco a poco avanzaba hasta que llegó ante Ella; por fin volvieron a encontrarse. Hacía tiempo que no se veían.
-
Te he echado de menos Manuel.
-
Sí, yo a Ti también. La pandemia nos tiene
separados, pero hoy tenía que hacer una excepción y venir a verte; te
necesitaba.
-
Ya lo sé.
Son muchos los que están como tú, pero hoy se están acercando por aquí; hoy vuelven para
estar un ratito conmigo.
Manuel siguió un rato con su
conversación de familiares reencontrados y pudo intuir como en los primeros
bancos estaban sentados aquellos que se fueron y que vuelven cada año a su
barrio. Pudo oler la colonia Brumel de su padre, la fragancia a jabón perfumado
de su tía abuela. Pudo oír las coplillas de su vecina, la música que escuchaba
su maestro. Sí, estaban todos allí, los sentía como se siente la brisa del mar
cuando uno se acerca. Estaban en su casa un Jueves Santo más, junto a Ella,
junto a sus vecinos de toda la vida. En ese momento lo supo: el enraizamiento con
el barrio es tan fuerte que es eterno; ni la muerte puede con él.
Manuel se fue, andando despacito hacia
atrás, sin dejar de mirarla, hasta que en la última distancia se despidió: –
Adiós vecina, me voy con más Esperanza de la que vine.
Manuel Fuentes
Pd: Dedicado al pequeño Manuel. Al que acumuló todos los olores, sabores y colores de su barrio.